LA MICRO

“¿Cómo puedes trasladar a tus hijos en micro, todos apretados, pudiendo llevarlos cómodamente en auto? Pobrecitos.”

 
Eso es lo que, más o menos, me dijeron un par de personas cuando les comenté lo que venía haciendo la última semana: recoger a mis hijos a la salida del colegio y volvernos a casa en micro.

Yo cargaba en la espalda la enorme mochila de mi hija mayor y sobre el pecho, la no menos grande de mi hijo. Y caminábamos hacia el paradero. El primer día, casi quedo afónica al gritar “ahí viene” cuando vi asomarse la micro. Raudos, emprendimos la carrera por llegar a tiempo al paradero. Una vez arriba, mis niños aprendieron en un segundo a afirmarse con fuerza para no rodar hasta el fondo. Confieso que me puse un poco nerviosa, pero ellos iban muertos de la risa con las sacudidas. Entre cada salto que dábamos, les iba contando mis peripecias en micro de los tiempos en que yo era escolar (cosa que a ellos les sonó como si hablara del jurásico). Aunque la micro se llenó, igual nos reímos con un payaso que le hacía bromas a los pasajeros y compramos a sólo $500 pesos, dos sorprendentes lapiceras multicolor (las cuales no duraron ni dos días, pero no importa: me consta que mis niños se divirtieron como locos haciendo las tareas con ellas).

Ahora hemos vuelto a la rutina normal con el transporte escolar que tengo contratado. Pero desde aquella “semana de aventura” mis niños me piden que volvamos a repetir el trayecto en micro. Lo añoran. Y yo también. Será porque ellos se sintieron “más grandes”, pues debían ocuparse de sí mismos y estar atentos. O será que esos días conversamos una enormidad. Quizás ayudó el hecho de que yo, al no tener que manejar, estaba más relajada. En fin, no sé bien por qué, pero tengo claro que el viaje en micro nos hizo bien. Entonces, ¿cómo les aclaro a esas personas que me criticaron que mis niños se sentían orgullosos de lo vivido, exactamente en el polo opuesto de ese “pobrecitos” con que los tildaron? Con ese tipo de personas no me desgasto, pero a ti te lo cuento, para que tomes lo que pudiera servirte de esta experiencia tan sencilla como gratificante o derechamente la repliques con tus hijos, aunque debes saber que lo más probable es que la suegra y varios más, pongan el grito en el cielo y te cataloguen de mala madre. Pero que no te importe, porque todas lo somos, para alguien, en algún momento.

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