DISCULPAS PÚBLICAS A LAS EMBARAZADAS

Acompañado o no de cara de “pobrecita, no sabe lo que le espera”, volcamos el “Rosario de los Aprovecha” a la joven que nos cuenta que, deseando ser madre, está por fin embarazada. “Aprovecha de dormir que después no podrás”, “aprovecha de salir a divertirte”,  “aprovecha de viajar”, “aprovecha tu libertad”, “aprovecha de disfrutar tu dinero”, “aprovecha de buscar esa promoción en el trabajo”, “aprovecha de salir con tu marido/pareja”… y cientos de “aprovecha” con que les taponeamos la cabeza. Querida embarazada, contra los que te han dicho esto y los “aprovecha” que yo he pronunciado, te pido perdón.  

 
Definitivamente, la imprudencia de esos comentarios salidos de la boca de las que somos madres hacia las que se preparan para serlo, es un pecado. Sí, un pecado, pues caemos en el perverso juego de “decir la verdad”, ocultando la mayor de ellas: ser madre es maravilloso. Por un afán de preparar a nuestras compañeras de ruta, pecamos de asustarlas, llenarlas de temor e infiltrarles dudas y desconfianza hacia el futuro que se avecina. Nunca hablamos de lo bello que es ser madre, dándolo por sentado.
 
Ellas se sienten solas, incomprendidas por los varones que las rodean y por las amigas que aun no son madres. Y claro, recurren a nosotras. Y ¿cómo las recibimos?: asustándolas. Entonces es cuando se sienten más solas que nunca porque no tienen con quien compartir las dulces emociones que las embargan: las primeras e indescriptibles caricias del bebé nadando dentro de una, cómo un susto que pasamos tiene eco en la pequeña criatura que corre a esconderse debajo de nuestras costillas, descubrir las felices acrobacias que hace cuando te comes un chocolate o sentir cómo se queda quietecito y atento cuando su padre le habla a través de tu ombligo…
 
Cuando has elegido ser madre y lo consigues, y muchísimas veces también cuando no lo esperabas, y al cabo de nueve meses te enamoras de la posibilidad, tu hijo viene a llenar de luz tu vida. Y, a ti. Parir un hijo te inundará de una energía y poder que nunca antes sospechaste podías tener. La que era tímida, se vuelve una osa furiosa si la matrona es brusca con su niño. La más civilizada de las profesionales se transformará en un energúmeno si su hijo corre peligro. La que vivía atormentada por los traumas de la adolescencia, se reirá de los que se rieron de ella. La que se torturaba por tener un cuerpo escultural, agradecerá cada día estar sana y lucirá orgullosa sus estrías como medallas de condecoración (lo más divertido y curioso en este sentido, es que el atractivo “físico” aumenta y causa estragos entre los varones, pues no hay nada más sexy que una mujer orgullosa de sí misma y de su cuerpo).
 
Al nacer tu hijo, además de parir un bebé, estás pariendo una nueva tú. Te replantearás tus valores y tus certezas. Y no es raro que lo que antes te daba alegría, te parezca insípido al lado del brillo de los ojos de tu bebé cuando te reconoce. Te volverás más valiente, más segura, más piadosa y más comprensiva. Nunca más una noticia donde la víctima sea un niño, te dejará indiferente.
 
Las guerras o un conductor borracho, te incumbirán como nunca. Ya no serás una ciudadana anestesiada. Lo que quizás nunca te motivó hacer por ti, no tendrás dudas en hacerlo por tu hijo. Y por todos los hijos. En el metro serás capaz de insultar a medio mundo si la gente finge no haber visto a una mujer con un bebé amarrado al pecho y el inmenso bolso colgando de un brazo. Ser madre, te hermana con todas las madres. Así, te descubrirás honrando la memoria de las mujeres que te precedieron y te sentirás orgullosa de pertenecer a esa casta de valientes. Escuchar por primer vez el llanto de tu hijo es una felicidad que te desgarra. Por cierto, no serás la misma luego de oírlo: serás mejor.

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