Vaya tema el de la Navidad. Año a año se reavivan las mismas inquietudes: no caer en el consumismo, abogar por el aspecto espiritual o religioso según la creencia de cada cual, regalar anónimamente a niños de escasos recursos, enfatizar el gesto por sobre el precio, restringirse sólo a regalitos hechos por las propias manos, declararle la guerra a una fiesta convertida en negocio, sucumbir a las ofertas, retorcerse frente a la “Cartita para el Viejo Pascuero” de nuestro hijo y recorrer a codazos las grandes tiendas para comprar el juguete solicitado, inventar alambicadas explicaciones para tranquilizar la agudeza de nuestras criaturas y sus preguntas que nos acorralan, regocijarnos en la alegría cuando abren sus regalitos, batallar contra los remordimientos cuando a la semana siguiente los vemos tirados en cualquier parte. Uf.
No sé cómo ustedes han resuelto estos dilemas. Pero respecto del tema puntual de compra de regalos, me valgo de dos principios que me han allanado el camino a la hora de decidirme y que se reducen a plantearme dos sencillas preguntas (aunque responderlas, muchas veces no sea nada sencillo):
No sé cómo ustedes han resuelto estos dilemas. Pero respecto del tema puntual de compra de regalos, me valgo de dos principios que me han allanado el camino a la hora de decidirme y que se reducen a plantearme dos sencillas preguntas (aunque responderlas, muchas veces no sea nada sencillo):
1. ¿Lo que pienso regalarle a mi hijo, lo desea? Recuerdo lo que contaba una escritora que admiro. Ella, de una familia acomodada, durante cuatro navidades le pidió a los Reyes que le trajeran un mono; un peluche pequeño que le hiciera compañía. Y los padres, sistemáticamente le regalaron Barbies: Barbie Malibú, Barbie veterinaria, el caballo de Barbie, el novio de la Barbie, y así. Y a ella, hasta el día de hoy, le duele. Yo creo que su tristeza no se debe tanto a que no le hayan dado el muñeco, como a sentir que pasaron por encima de su anhelo al juzgarlo ridículo o absurdo. Otro caso lo contaba la psicóloga Neva Milicic cuando el chiquito que atendía, había pedido para Navidad una linterna. Y los padres insistían en preguntarle: “¿Pero cómo una linterna?”, “¿no quieres x, o mejor y, o z?” (y después nos quejamos del carácter irritable de algunos niños…).
2. ¿Lo que me pide mi hijo, lo necesita? Pregunta espinuda, porque nos pone de cabeza frente a la delgada línea que hay entre guiar a nuestros hijos e imponer nuestras decisiones; ponerles límites saludables versus violentar las particularidades de cada niño; estimular ámbitos nuevos versus aceptar pasivamente las inclinaciones naturales.
La mejor sensación y tranquilidad me la da lograr intersectar ambas preguntas (algo así como matar dos pájaros de un tiro). Se los explico con un ejemplo. Una amiga mía tiene un chiquito muy introvertido y tímido que le pidió un juego electrónico que es como una cajita un poco más grande que una calculadora y que viene con miles de juegos. Un primo la tenía y había sido la “solución” a los viajes largos en auto porque el niño se metía en eso y no se sabía de él por horas. Regalarle eso a su hijo la inquietaba pues temía que se ahondara más su aislamiento. Y encontró la solución: le regaló una consola que permite jugar a varias personas simultáneamente. En el barrio no había nadie más que tuviera el juego, por lo que a la semana su hijo disfrutaba de su juego electrónico con tres amiguitos más.
Veremos qué me depara esta Navidad. Sólo le pido al Viejito Pascuero que me regale la iluminación de mi amiga para lograr la cuadratura del círculo.
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