- No te avergüences de querer salir huyendo del epicentro, confesar el deseo de tirar a tu guagua por el balcón o meter tu cabeza en el microondas (¡después de meter la de tu marido!). Ser madre es un terremoto. No importa lo que diga la edulcorada publicidad ni las miradas reprobatorias de tu suegra y amigas que aún no son madres (éstas son las peores a la hora de emitir juicios despiadados). A todos los especímenes de este tipo mantenlos a raya.
- No te culpes: no hay nada que podrías haber hecho antes, para estar mejor preparada para ser madre. Ni más gimnasia ni más cremas ni más cursos del tipo “La dulce espera”. Y eso porque nunca, repito nunca, se está preparada para la maternidad. Ni aunque hayas sido la hermana mayor que crió a sus cinco hermanos, ni la tía que se pasó la vida jugando a las muñecas y que de grande era la mejor baby sitter de sus sobrinos ni porque estudiaste para ser parvularia o pediatra. Nada reemplaza la experiencia de tener un hijo.
- Escucha consejos, pero obedécete a ti misma. Si eso significa tirar a la basura lo que te dice el pediatra, cambia de pediatra. Si desilusiona a las mujeres que te rodean (no se puede cambiar de madre, lamentablemente) diles que sí a todo y cerciórate de hacer lo contrario. Huye a perderte de las mujeres que se ofrecen para contarte su experiencia con una facilidad sospechosa y una verborrea soporífera. Las que de verdad saben, son respetuosas y sobre todo discretas. Ello tiene el inconveniente de que puedes pasarlas por alto entre tanto ajetreo, pero no te desanimes, las puedes detectar fácilmente mirando a sus retoños. Si la criatura te parece insoportable, no tienes nada que hacer ahí.
- Optimiza tu tiempo ¿Una visita inesperada de la tía Eduvigia que viajó 15 horas para venir a verte? Pues que se devuelva porque no te sientes bien. ¿Tu bebito duerme una siesta de tres horas seguidas y tú podrías -para felicidad de tu marido- aprovechar de ir al supermercado, llamar al maestro para que repare el portón y hacer la revisión técnica del auto? Date un cabezazo y vuélvete a la cama a dormir con tu angelito.
- Desenmascara a los/las mentirosos/as. Ninguna mujer queda con una figura escultural recién parida. Eso se llama photoshop. Tampoco hay guaguas que desde el primer día de nacidas duerman toda la noche (si la tuya lo hace, preocúpate). No tienes que estar sonriente ni maquillada. Tira por el excusado todos los “tienes que” para estar a la altura de los modelitos de buena madre. Y si lo que te ocurre es que andas hecha una chimultrufia que con suerte se ducha y llora a la par del bebé, respira hondo y pide ayuda. Muchas madres primerizas lo pasan pésimo por la vergüenza que les da mostrar su lado menos amable. No caigas en ese error: no imaginas la cantidad de mujeres que te van a comprender y están dispuestas a ayudarte. Recurre a toooodo aquel que pueda darte una mano, a una vecina, a una sala cuna media jornada, a esa amiga que no llamaste en años, no importa. Pega el grito, organiza tardes o turnos para el relevo y destina ese tiempo para ti. Tu bebé estará bien (créeme que son más fuertes de lo que parecen) y además se acostumbrará a estar en contacto con muchas personas. De pasada, esas personas se sentirán útiles y eso mejora enormemente las relaciones. Recuerda: no estás sola; hay miles de mujeres que están contigo aunque no las veas.
- No te exijas nada. Empezando por tratar de entenderte a ti misma. Tu alma y tu cuerpo han estado sometidos a una vorágine de cambios y de a poco irán encontrando un nuevo balance. Que no sabes por qué tienes ganas de llorar, no importa, llora tranquila porque tu cuerpo lo necesita.
- No te aísles. Integra a tus verdaderos amigos a tu nueva vida; que vayan a tu casa y te vean en acción, que te ayuden con el bebé, que lo cuiden mientras te bañas, etc. Y es que muchas veces pasa que los amigos no saben cómo acercarse ti. Es tu responsabilidad mostrarles que te transformaste en madre, no en marciano.
- Si te llevas bien con el padre de la criatura, intégralo. Lo más probable es que se equivoque en todo, pero no importa. Enséñale.
- No te compres ropa de talla más grande. Mientras recuperas tu peso, sigue usando tu ropa de embarazada, aunque esté horrible. Guarda tu dinero para comprarte una espléndida tenida para cuando vuelvas a tu talla normal. Y, por favor, no hagas dieta. Ya tienes bastante estrés con tu bebé como para privarte de disfrutar un chocolate para ti solita.
- Y el último y más importante consejo (de hecho, puedes olvidarte de los anteriores, pero no te perdono que no memorices éste): Llueva o truene, déjate un tiempo para hacer algo que garantice que te vas a reír. Yo me escapaba una vez a la semana de happy hour con mis dos amigas-cómplices. Me tomaba mi traguito, fumaba (si, fumaba), me ponía al día de las copuchas, bailaba hasta que se me acalambraban las piernas y me mataba de la risa. Y es que soy una convencida, porque lo he visto infinitas veces en todo el espectro de mujeres, desde evangélicas a feministas y en las historias de vida más diversas: la mejor mamá, es una mamá feliz.
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