AH, LOS CUMPLEAÑOS...

Como madre inexperta que era, la primera vez que me tocó celebrar el cumpleaños de mi hija mayor (cumplía 2 añitos), me vi en un dilema.
 
Como citar a la gente a uno de esos locales de comida rápida y ruido infernal de máquinas electrónicas no era alternativa (me basta estar cinco minutos ahí para transformarme en un monstruo) opté por hacerle la fiesta yo misma y copié lo que todos hacían:
invité a todos los compañeritos del jardín infantil, a los amigos que tenían hijos y a la numerosa parentela. Gasté una pequeña fortuna en decorados temáticos (servilletas, platos, vasos, piñata y un largo etcétera de artículos con no recuerdo qué figurita de moda). Mandé a hacer una torta ad-hoc y contraté a un par de payasos. Dejé los pies recorriendo las picadas que me recomendaron para hacerle a mi niña una fiesta inolvidable. Y lo fue: hacía tiempo que mi pequeña no la pasaba tan mal y yo terminé agotada y con la cabeza a punto de reventar por el caos y los gritos.

Después de un tiempo, en una columna de crianza, di con una de las mejores recomendaciones que nunca he leído: el número de niños invitados debe ser el doble menos uno de la edad del cumpleañero. Así es que cuando mi hija cumplió 3 primaveras, me senté junto a ella y tomé nota de los 5 amiguitos y amiguitas que ella quería invitar. Por supuesto que recibí el rotundo rechazo de medio mundo. Hasta hubo una apoderada que me insultó por teléfono porque su hijo no había sido invitado (no sirvió de nada que le dijera que había 19 personas en su misma situación). De los invitados, sólo hubo una niñita hija de amigos nuestros, por lo que el resto de los amigos de mi marido y míos estuvo un tiempo ofendido. Del lado de la familia, los citados se restringieron a tíos y abuelos. Nadie más. Lo más complicado fue manejar la frustración de los ausentes, tratar de que entendieran que la fiesta no era mía, sino que de mi hija. Y a quien lo haya intentado, sabe la extrañeza que produce en muchos el que trates a tu hijo como una personita con opinión y no como una mascota a la que le impones tus decisiones.

Desde entonces, y como el número de invitados es manejable, en cada cumpleaños con mis hijos preparamos juntos los embelecos y decoramos y/o hacemos el pastel de cumpleaños. Ellos pueden compartir y jugar con cada uno de sus amigos y -tomen nota- se divierten solos, sin necesidad de que tenga que haber alguien que los anime.

El título de “mala madre” no me lo despintó nadie por no hacerles a mis hijos una celebración “como todo el mundo”. Pero ellos y yo sabemos que si bien su fiesta no es pantagruélica, es mejor.

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