Me imagino que para toda mujer
que ha deseado ser madre, que ha cursado un embarazo en el vientre o en el alma
y ha parido o adoptado un bebé, el Día de la Madre tiene un significado
especial. Aunque hay que reconocer, que la variedad de mujeres es una fauna abismante
y la forma de vivir la maternidad, otro tanto. En lo que a mí respecta, soy
radical, rotunda y telúrica: pobre del que ose arrebatarme mi día; pobre del
que quiera quitarme ese desayuno en la cama con mis niños saltándome en la
cabeza, aún en pijamas y con esa cara de sueño y mechas paradas que es el mejor
paisaje que puedo tener.
Recuerdo la mañana de un Mayo lejano,
en que la parvularia a cargo del nivel de mi hija me anunció con su voz
cantarina, que ese año se les había ocurrido la genial idea de que en vez de
celebrar el Día de la Madre, se festejaría el Día de la Familia porque así se
haría “una gran fiesta incluyendo a papitos y abuelitos”.
Sí, aciertan: me quedé muda, literalmente
en shock.