No sé si acuerdan de la Srta.
Rottenmeier, la cruel institutriz de la dulce Clara, que andaba en silla de
ruedas y era amiguita de Heidi. Bueno, Srta. Rottenmeier es el apodo que tengo.
Veamos por qué.
En mi casa NO se hace comida especial para sobrinos ni amiguitos de visita. No hay “salchichitas” ni “fideítos” de ocasión. El que llega, come lo que hay: ensaladas de entrada (riesgo de latigazos al que osa abstenerse), plato de fondo según temporada (berenjenas rellenas, cazuela, pescado frito) y postre (lo único que pueden saltarse). Ah, y para acompañar la comida, beben SÓLO AGUA (¿soy un monstruo, verdad?).
Niños y adultos comen EN LA MESA, JUNTOS. Aunque el comensal esté en la edad de las papillas, se le hace un lugar y come solo (aunque después yo deba trapear el piso y lavarle el pelo a la criatura). Nadie come en bandeja, salvo que esté enyesado de pies a cabeza. Y ni hablar de “perseguir” a una criatura por toda la casa con el plato de comida rogándole que coma: o se sienta a comer o se queda sin comer NADA.
Todos los adornos delicados de mi casa están en su lugar. No hay protectores en las esquinas de las mesas, no se esconden los artículos electrónicos ni el control remoto ni la caja de los medicamentos. No hay esponjas que amortigüen el cierre de las puertas ni los cuchillos se ponen en la repisa superior. Me valgo del económico y siempre disponible recurso de un rotundo y firme NO que mantiene a los niños alejados del peligro.
Nadie que no sepa nadar se mete a la piscina sin alitas y todos DEBEN RECORDARME ponerles bloqueador solar, pues desde chiquitos les enseño que las Ogras estamos con veinte mil cosas en la cabeza y nos podemos olvidar de ciertas cosas importantes (no imaginan lo enternecedor que es ver a un par de duendes que balbucean jerigonza venir a mí con sus alitas para que se las infle y en la otra mano traer el bloqueador solar, el que obviamente, me ayudan a ponerles).
Se comparten las responsabilidades desde siempre y según la edad de cada cual. Los niños mayores hacen sus camas y me ayudan a lavar las tazas del desayuno y si bien soy yo quien le cambia el pañal a mi sobrinito de año y medio, es él quien debe llevar el pañal sucio a la basura.
Jamás permito que se maltrate a alguno de los animalitos de la casa. Conmigo no valen las excusas de que el niño es tan chiquito “que no sabe” que arrastrar por la cola a un gatito le causa dolor o que golpear el vidrio del acuario molesta a sus serenos moradores. Y menos permito hacer de una acción así, algo “chistoso”. En cuyo caso, el reto se lo lleva el niño y el adulto descerebrado que festina la crueldad. Con las mascotas se puede jugar, alimentarlas y “hacerles na-nai”. Nada más.
Podría seguir con el listado de mi -según algunos- severo reglamento de convivencia, pero lo que quiero es llamar la atención sobre algo: aunque no lo crean, los niños me quieren. Los niños se alegran de verme, mi casa les parece “bacán” y nunca quieren irse cuando los vienen a buscar. Hay un chiquito que cada semana sorprende a su madre pidiéndole que prepare las “raras” y ricas comidas que come en mi casa: tiene 7 años y le encanta el kubbe con tabule (platos árabes) y encuentra que no hay mejor mermelada que la amarga de naranja.
Ciertamente, hay excepciones. Como un chico, nada de tonto, que no viene a mi casa si no es con su madre. Y ella, imaginarán, se encarga cual buque rompehielos, de allanarle el camino: le trae comida especial porque es “mañosito”, se mete en los juegos comunitarios a defender a su “pobre niñito” (los demás, claro está, los odian a ambos). Por si fuera poco, lo viste y le da la comida en la boca. ¡Y tiene 8 años! (me refiero al niño, por si acaso, aunque, hay que reconocer que la madre parece sólo dos años mayor).
Este tipo de casos me dan pena. Me entristece ver la protección materna desmesurada que paulatinamente va criando a un niño incapaz de conquistar la libertad pues no sabe de responsabilidades (nos guste o no, no puede haber una sin la otra). Me da pena ver una madre que no cree en su hijo; que lo subestima y lo convence de que necesita de asistencia para desenvolverse en el mundo y así, lo va convirtiendo poco a poco en un inválido. Lo peor y más triste de todo, es que el niño se lo cree.
Me pongo de pie y aplaudo! Podrias ya escribir el Manifiesto de la Mala Madre y lo vamos colgando en las paredes!
ResponderEliminarIgual imagino que no es facil el mantener la postura del NO, asi que mis felicitaciones tambien ;) Gustaria yo poder ser asi en el futuro.
Saludos!
PD: Ay, cambia la font de los comentaristas! D:
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